Björk en el MoMA: el dolor como un arte sublime

2015 iba a ser un año glorioso, extrañamente prolífico para Björk: un disco, una gira mundial de acompañamiento y una exposición en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA).

Pero todos los planes se torcieron. El disco se filtró íntegro en la red, la gira fue cancelada antes de acabar y la exposición fue ridiculizada de forma unánime. A pesar de todo, con cada tropiezo, la figura de la cantante islandesa se fue elevando más en su propio mito.

Pese a todo, del fracaso de la exposición ante la crítica, de las pocas ventas del nuevo disco Vulnicura Strings y de tener que interrumpir su gira de verano por un profundo estrés emocional, 2015 ha sido el año de Björk, un año en que ha elevado el pop y la electrónica a los picos de la expresión artística.

Los críticos, duros con la exposición en el MoMA de Björk, se olvidaron de su música. En su gira desgranó con una aflicción palpable sus notas más amargas y extrañas. Su sinceridad y ese riguroso compromiso por elevar su música a la más pura expresión intelectual y emocional son razones más que suficientes para que Björk merezca estar en cualquier museo, incluido el MoMA.